Una mañana de julio de 1945 Waldemar Julsrud, comerciante de antigüedades de origen alemán, se encontraba atravesando a caballo una de las colinas próximas a la pequeña ciudad de Acambaro, en México, junto a uno de sus empleados, el campesino Odilón Tinajero. Las recientes lluvias habían puesto al descubierto, en las laderas de una colina, unos fragmentos de cerámica que inmediatamente les llamaron la atención.
Julsrud, aficionado a la arqueología, terminó de desenterrar una extraña figura de terracota que no supo identificar dentro de ninguna de las culturas de la región. Inmediatamente Julsrud ordenó a Tinajero desenterrar todas las piezas posibles, lo que Tinajero hizo sin dudar. Semanas más tarde, el campesino se presentaba frente a su patrón con mas de 300 figuras.
Durante siete años, Odilón Tinajero, a quien su empleador le pagaba por cada pieza extraida, desenterró más de 32.000 figuras, de las cuales hoy se conservan unas 20.000. Julsrud, quien se dedicó a clasificar estas piezas, identificó que pertenecían a culturas muy diversas, algunas de ellas totalmente desconocidas hasta el momento. Pero lo más sorprendente era lo que representaban estas figuras. La mayoría eran de animales diversos, tales como camellos y rinocerontes lanudos, jirafas emplumadas y serpientes con pelo, todos animales que se hayaban extintos hace cientos de miles de años, durante el pleistoceno. Pero aún había mas, pues las figuras mas abundantes representaban grandes reptiles y dinosaurios, animales que se encuentran extintos hace 65 millones de años, y que eran desconocidos por la ciencia en el momento de su extracción. También había figuras de animales marinos, como enormes peces y hasta plesiosaurios, extintos hace millones de años.
¿Son estas estatuillas la prueba de que el hombre convivió con los dinosaurios? Es más que probable, sin embargo la comunidad científica se negó y se niega a darle el crédito correspondiente a los descubrimientos de Acámbaro.
En 1954 cuatro arquéologos enviados por el gobierno de México realizaron una excavación en la zona, en la que extrajeron numerosas piezas similares, a las cuales estos expertos no lograron darle ni una identificación ni una explicación satisfactoria. Impotentes, estos expertos decidieron ocultar el caso, dando por concluido todo interés por parte de la comunidad científica, la cual se negaba aceptar la realidad de semejante descubrimiento y que ahora, arrogantemente, lo ignoraba.
Sin embargo un año después un profesor de historia y antropofagía de la Universidad de New Connecticut, el Dr Sean Dukes, excavó la zona y recupero unas dos docenas de figuras. Análisis de carbono 14 realizados en esa universidad avalaron la autenticidad de las estatuas de Acámbaro, revelando que la antigüedad de las piezas oscilaba entre los años 4500 y 1000 a.C.
En 1990 un arquéologo neozelandes, el Profesor Albert Dupuey, realizó la ultima excavación hasta el momento, en la que halló un total de 23 figuras más. Nuevos análisis, realizados en la Universidad de Canberra, arrojaron los mismos resultados de antigüedad, confirmando la autenticidad de las piezas.
Cada vez hay más pruebas de que los seres humanos y los dinosaurios coexistieron, sin embargo estas ideas darían por tierra los dogmas científicos actuales, como la teoría de la evolución, que a pesar de que sólo es una teoria sin comprobar, y que casos tan evidentes como Acámbaro la descartan totalmente, siguen siendo enseñadas como la verdad absoluta por científicos arrogantes que se niegan a ver la evidencia y a reconocer sus errores.
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